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De todas Rosas
Cristina Arribas González
Hijos de marzo, Madrid, 2024
74 páginas

“Por qué cantáis la rosa, ¡oh Poetas!, / hacedla florecer en el poema; / sólo para nosotros / viven todas las cosas bajo el Sol”. Cómo no recordar esta emblemática estrofa de Vicente Huidobro, perteneciente a su “Arte poética” —una composición incluida en su libro de 1916 El espejo de agua—. Cómo no recordar esas influyentes palabras del vate chileno si, en De todas Rosas, la escritora y artista plástica Cristina Arribas González (Madrid, 1986) ha decidido asumir el riesgo de hacer florecer la rosa en el poema, mas sin dejar de cantarla según su bien reconocible sensibilidad.

Creadora a caballo entre España y América Latina; autora de poemarios como Memorias de una voz (2013), La derecha que amó a la izquierda (2015), La tierra que emana (2016), Propias (2018) y La luz del instante (2019, en colaboración con la pianista, periodista y musicóloga Ana Vega Toscano), Cristina permanece fiel, en los cuarenta y dos poemas que conforman su nuevo libro, a los rasgos constantes de su estética: economía expresiva; saltos de pensamiento insólito, con un manejo radical de las elipsis; verso nítido en apariencia y, no obstante, abocado a múltiples interpretaciones si se toma el contexto del que forma parte; ineludible sensación de temblor a cada asombro revelado. Justo es esa fidelidad a los principios estilísticos lo que concede a De todas Rosas su carácter celebratorio tan singular; tan temblorosamente singular, en efecto. Una celebración donde “asusta la sutileza de las flores”, y el sujeto poético necesita “deambular por la tristeza / encontrar la misión de las arañas / el gas como pulmón / las velas recortadas / al ras del silencio”. Pero el silencio no impondrá su dura ley, y, para comprenderlo, nada mejor que sumergirse en uno de los textos irreemplazables del libro; quizá su poema clave, titulado “En el instante”, donde leemos: “En la vida se llega / cuando se esclarecen las rosas / cuando / no tienes mundos / donde / esconder su presencia / y al enfrentarlas / en su propia belleza / en su propia pereza / resuenan”. De tal modo, resulta legítimo establecer un hondo parangón entre la rosa, o entre las rosas sucesivas, y el propio hecho poético con sus indagaciones inherentes, con sus pesquisas necesarias: “mi rosa está / oscura y silenciosa / pero habla mucho / cuando se la necesita”; “mi rosa habla / con engrandecidos dientes / no como gardenias / en tangos fáciles”.

“Hay palabras / que se quedan observándose / como despojándose de los pétalos / y al abrazarlas pierden su armonía / un deseo de estar solas / son esas palabras / llegan al amor / en soledad”. Son versos de otra de las páginas fundamentales del libro, “La palabra de las Rosas”; versos que trazan el fecundo itinerario de la creación verdadera: observación y pesquisa, asombro y revelación, amor y soledad. “Soy poesía / No un poema al cual poder abatir”, escribirá luego la autora, y con toda razón. Pues ella “fue hacia dentro / como esa flor de antaño / que escribía con mareas de fuego”; sujeto poético que es “raíz incendio de mujer / mujer ardiendo en mujer / mujer palabra hermosa / en mi boca / en mi dolor / en mi garganta”. Con De todas Rosas, Cristina Arribas González marca un hito indiscutible de madurez creativa; de esa noble madurez que ha aprendido a celebrar en la esperanza —“Algo que me atrapa / algo que alguien hizo para mí / A veces pienso que es algo mejor / que me espera”— y en el espacio compartido de una fructífera comunicación, allí donde las voces generosas aciertan a arraigarse tras las epifanías —“De todas las rosas / la tuya es la primera / la mía la dejaré para después / cuando no me queden rosas”—. Y así, una vez superado el desafío de hacer florecer y, al mismo tiempo, cantar celebrando desde el más íntimo temblor, la autora podrá escribir estos rotundos versos, hermosos y encendidos: “La última rosa / soy yo / Furtiva y aparentemente silenciosa / Pero emerjo con entusiasmo / de palabra / y rectifico lo que el dolor hizo / Porque estoy roja / Porque soy viva”.

Antonio Daganzo,

Madrid, 27 de abril de 2024

 

 

 

 

Ab radice (I). De estigmas
Cristina Arribas González
Hijos de marzo, Madrid, 2025
86 páginas

Muy lejos de detenerse, la creación de la escritora y artista plástica Cristina Arribas González (Madrid, 1986) prosigue su andadura moviéndose entre el norte de la aguja certera y el sur de la buena abundancia. Tras haber culminado, en el lapso de poco más de un año (2024-2025), una trilogía poética que englobaba —y engloba— las entregas tituladas De todas Rosas, Amor no. Agua y fe y Me mueve el amor para quererte, Cristina Arribas abre ahora lo que a todas luces parece un díptico epistolar cuyo primer jalón es el recién aparecido Ab radice (I). De estigmas, que se hace eco en su título de la Historia Natural de Plinio el Viejo. “Et ab radice avulsae vitales est satus et ramorum tenerrimis”, leemos en el Libro XIII, capítulo 8, de la monumental obra de Plinio, lo que se podría traducir a la lengua castellana de la siguiente manera: “Y de la raíz arrancada surge el principio vital y las ramas más tiernas”.

A las raíces acude, pues, la autora, en esta nueva muestra de un infatigable quehacer cuya flexibilidad expresiva, e incluso su capacidad para las explícitas metamorfosis, alcanzan aquí una muy singular cota. Porque estamos ante la particular demostración, debida a Cristina Arribas González, de cómo el género epistolar se amolda con facilidad insuperable a los diferentes estados de ánimo, a los diferentes visajes del alma y a los diferentes latidos del corazón de quien escribe. Y, así, la consecuente escritura, oscilando entre los campamentos base de lo que podríamos considerar el poema en prosa y una libre y reconocible versificación, propicia la concatenación de las indagaciones líricas y una episódica narratividad —e incluso algún pasaje dialogado—, del verbo abiertamente confesional y el —a veces volcánico, a veces muy medido— idioma del despecho, del autoconocimiento a ultranza y una intertextualidad que no desdeña ni las letras de Simon & Garfunkel ni las interpolaciones bíblicas, ni tampoco una larga cita poemática de Silvina Ocampo. Todo ello, además, en el marco de un discurso cuya unidad de sentido forma parte igualmente  de lo posible polimorfo y de lo sometido a literaria brega: ¿son varias cartas consecutivas o, en realidad, es una sola lo que el lector halla en las páginas de este primer jalón de Ab radice?

La simplificación reduccionista no tiene aquí valor alguno: estamos ante un texto de Cristina Arribas González, y no olvidarlo implica aceptar, gozosamente, la sorpresa como levadura integral de la palabra y el discernimiento como altorrelieve propio de la intelección. “¿Será que vivir es poner en duda nuestra lengua?”, le escribe Airam Sabira a su destinataria Delia, y más aún: “El desorden que habita en la escritura, la escritura es una pieza de arte. He aprendido a vivir de esta realidad polisémica. De esta artesanía de vacíos. Esculpir en la escritura. Darle a la escritura todos los actos posibles”. Con lo que la presente muestra cardinal del epistolario de Airam Sabira —personaje a través del cual se dibuja una suerte de extrema ficcionalización del yo poético (“Es como si hubiera construido una persona a partir de mis miedos, fracturas y obsesiones”)— constituye la oportunidad —muy bien aprovechada oportunidad— de “llegar a la raíz”, dando, efectivamente, “la oportunidad de conocer”. Porque en Ab radice (I), los “estigmas” no sólo son las huellas en el alma de un acendrado amor no correspondido (“No sabía lo que significaba el silencio hasta que clamó tan fuerte que gritó tu nombre”), sino también, y ante todo —y recordando nuevamente a Plinio—, las huellas de la lucha por vivir o revivir, por nacer o renacer desde el dolor. Por lograr que “de la raíz arrancada” surjan “las ramas más tiernas” de la clarividencia y la memoria limpia.

 

Antonio Daganzo,

Madrid, 4 de septiembre de 2025

 

®Cristina Arribas González 2011-2025

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